Considerar únicamente la personalidad autoritaria
de Hitler no nos puede llevar a concluir que es la causa de lo
que pasó; Otro ejemplo sería Slobodan Milosevic,
expresidente de la Federación Yugoslava, acusado de
crímenes de guerra y contra la Humanidad en Kosovo,
Croacia y de genocidio por los crímenes ocurridos en
Bosnia. Si indagamos en su personalidad, encontramos rasgos de
una personalidad autoritaria, pero lo ocurrido tampoco
está libre de la influencia de los factores sociales
situacionales propicios para ello.
Al finalizar la primera guerra mundial, Alemania
está sumida en una profunda crisis económica. Los
alemanes se sienten humillados y perdedores, esclavizados por el
resto de Europa; Existe un clima de descontento generalizado,
esto es, un caldo de cultivo perfecto para un visionario como
Hitler (y sus secuaces). Un hombre también muy
acomplejado, nacido en Austria, con una infancia infeliz, educado
con la máxima rigidez, recibiendo de su padre brutales
palizas; un hombre sin oficio, y que marcha a Alemania en busca
de fortuna, y es aquí donde empieza a tomar contactos con
gente fascita, de derechas, con un discurso antisemita, buscando
un enemigo externo a la propia Alemania como es el pueblo
judío, con una cultura propia y que no se ha contaminado
por las tradiciones alemanes, que forman sus propias sociedades
herméticas, que tienen en su mano los bancos principales,
una gran parte de los negocios de minoristas, un poder
económico que no tenían los alemanes. Los
judíos son catalogados como la "desgracia
alemana".
Y, en este entorno, Hitler llega al
Poder.
Y Hitler utilizó su poder y autoridad legitimada
a "lo Maquiavelo", esto es, no desde una perspectiva intelectual,
sino utilizando los diferentes escenarios para desplegar
estrategias en busca de la satisfacción de "su verdad".
Un uso patológico del poder.
Hitler un hombre que no posee una formación
educativa sólida, pero posee una gran capacidad
demagógica, con un pensamiento que va de lo tradicional a
lo radical, con un fuerte instinto, quizá desarrollado por
sus inicios de carencia y escasez, y con todo esto llega hasta la
jefatura de Alemania.
Y la masa sucumbe a los mensajes propagandísticos
de Hitler, herramienta fundamental para el nazismo con Joseph
Goebbels al frente. Se utilizan discursos sencillos pero
pasionales sobre la superioridad germana, basados en una
lógica simple, asentada en tres pilares: anticomunismo,
anticapitalismo y antisemitismo. Discursos que, en ocasiones,
plagian los de Marx, con proyecciones negativas contra los
judíos: "¿Cuál es el fondo profano del
judaísmo? La necesidad de práctica, la codicia.
¿Cuál es el culto profano del judío? El
mercadeo. ¿Cuál es su dios? El dinero". Como
podemos comprobar, haciendo uso continuamente de la mala
situación del país, el contexto social y
económico deprimido del momento, y aprovechando para
lanzar un mensaje de asesinato en masa, de genocidio.
Las masas necesitan escuchar a alguien que les asegure
que la situación va a cambiar, que la vergonzosa
rendición en Versalles va a poder ser, al fin, vengada.
Necesitan que alguien les haga olvidar sus miedos.
A Hitler, por su parte, no le interesa la verdad de las
cosas, sino el triunfo de su opinión sobre las
demás opiniones; su objetivo es la persuasión, por
encima de cualquier cosa, de sus ideas, no intenta entender, solo
tiene una meta, que es eliminar las identidades individuales para
conseguir una única identidad de grupo, de su grupo, que
le ayude en "su misión". Eliminar la diferencia, la
diversidad, los comportamientos individuales. Una sociedad
totalitaria es incompatible con la variedad. Este objetivo se ve
en sus discursos propagandísticos: barrer las diferencias
grupales y construir una identidad enfrentada al "otro" mediante
el odio étnico. Más que pensamiento único,
se trata de dogmatismo o falta de pensamiento, o mejor
aún, de la apropiación del pensamiento.
El individuo incluido en un grupo no suele discutir los
mandatos del jefe legitimado; lo más usual es la
conformidad con la autoridad. Así, a través de la
conformidad grupal, es cómo Hitler pretendió, y
logró, transmitir y filtrar su pensamiento racista a
través de sus secuaces de primera línea, sus
generales, para pasar después al resto de la
jerarquía militar, y de ahí a los
ciudadanos.
Muchos y diferentes autores han intentado contestar a la
recurrente pregunta de ¿cómo pudo ocurrir?, y,
difícilmente, podremos llegar a obtener una respuesta
única y definitiva. Entre ellos, el hombre que hizo
posible, junto al pueblo alemán, la reconstrucción
del país germano, Konrad Adenauer, se pregunta
"¿Cómo fue posible que en esa guerra se
hiciesen milagros de valor y fidelidad al deber, y que muy cerca,
al lado, en el mismo pueblo, fuesen cometidos los mayores
crímenes?".
Así, el problema, según el propio
Adenauer, podría ser una falsa opinión de todas las
clases sociales alemanes con respecto al Estado, una falsa
opinión del poder, de la situación del
individuo frente al Estado, que lo había elevado al
estatus de ídolo, al altar, sacrificando al individuo, su
dignidad y su valor. Una convicción de la omnipotencia del
Estado, de su primacía, de su concentración de
poder sobre todo lo demás, incluso sobre los valores de la
Humanidad.
Una sobrevalorización y sobreestimación
del poder, a costa de una desvalorización de los valores
éticos y de la dignidad del individuo. Una
inundación del concepto materialista, del que se
derivó la absoluta adoración al poder y el
menosprecio al valor del individuo. Así, un pueblo
preparado mental y espiritualmente hacia lo material y con una
absoluta y exagerada obediencia al Estado, al que considera lo
más elevado, en un entorno económica y
culturalmente deprimido, fue un "caldo de cultivo" ideal para el
horror nazi.
Y, así, entramos en un nuevo concepto: la
Obediencia a la autoridad. Tampoco podemos concluir que los
alemanes fueran unas personas malvadas o afectados de una
patología como puede ser el trastorno antisocial, por
ejemplo, que presenta un patrón de desprecio y
violación de los derechos de los demás en su grado
máximo. Ésta sería, otra vez, una
explicación demasiado simplista.
En su mayoría, podemos afirmar con casi total
seguridad que eran padres y madres de familias que escuchaban a
sus científicos, sus médicos, sus filósofos,
sus políticos, etc…
Arendt dice que "no hay diferencia ontológica
entre los perpetradores y nosotros, también hombres
corrientes y superfluos, con nuestros "valores" y
"virtudes". Se trata de personas "obedientes" que
cumplían con la ley y que se limitaron a cumplir
órdenes.
Tenemos un ejemplo en Adolf Eichmann que fue juzgado por
los crímenes contra la humanidad cometidos durante el
régimen nazi, un aparentemente padre de familia, incluso
aburrido a decir de algunos, y que cada vez que se le preguntaba
por el motivo de su comportamiento, él respondía:
"Cumplía órdenes"; o Rudolph Hess, que
afirmó rotundamente que era un patriota al servicio de su
país, que no tenía nada en contra de los
judíos y que, por encima de todo, estaba la "obediencia a
la autoridad".
Esto nos remite directamente a los experimentos de
Milgram, y el denominado "estado de agente", en el sentido de que
el sujeto es un agente ejecutivo de una autoridad que él
considera legitimada. Así, cuando una persona forma parte
de una determinada estructura jerárquica puede descargar
toda la responsabilidad de sus actos en la persona de rango
superior o el poder.
Por otra parte, la estructura social da lugar a una
norma muy interiorizada en la sociedad occidental, la de la
obediencia a la autoridad legítima. ¿Quién
no respeta la "autoridad" política, científica,
institucional…?
Por tanto, para que se de una obediencia, la autoridad
debe ser legitimada. En el caso de Alemania, la autoridad de
Hitler fue legitimada por el pueblo alemán; su capacidad
demagógica consiguió convencer al pueblo inmerso,
como decíamos antes, en un contexto idóneo para
generar esta legitimación.
Si nos detenemos aquí, ésta podría
ser una explicación del porqué de esa obediencia
"ciega". Pero, también debemos contar con la norma social
aprendida de "no hacer daño a los demás", y, en el
experimento de Milgram, produjo una gran ansiedad en los
sujetos.
Así, esto hace que cuando la víctima se
sitúa frente al verdugo, éste se vea reflejado en
ella y su "obediencia a la autoridad" se vea disminuida, haciendo
más consciente al verdugo de sus "malos actos", aumentando
su sentido de responsabilidad social.
En el caso nazi, predomina la obediencia a la autoridad
por encima de la responsabilidad social, se sustituye la
responsabilidad moral por la responsabilidad técnica
(Bauman), en un entorno en el que la identidad individual se ve
mermada en pro de la identidad grupal –todos visten de
uniformes, lo que les hace menos diferentes y más
homogéneos-. Se trata de un conjunto de funcionarios, cada
uno con una responsabilidad diferente en la maquinaria de la
matanza: introducción en las
cámaras-activación del gas– transferencia de los
cadáveres a los hornos, y quedando la ejecución
final a los llamados Sonderkommandos (comandos especiales). De
esta forma, el que cada uno tenga una función muy
específica contribuye a la disolución de la
responsabilidad, sin mayores cuestionamientos sobre la finalidad
de sus acciones individuales.
Finalmente, el rastro del Holocausto en la
Modernidad: Auschwitz sirve, según Adorno y
Horkheimer, para evidenciar el problema de la Modernidad:
razón y ciencia no evitan barbaries de este calibre,
presentándonos así los límites de la
Modernidad. El Holocausto hace que se proyecten nuevos
símbolos críticos de la modernidad, nos indican el
carácter contradictorio de la modernidad
occidental.
Bauman, por su parte, invoca a la modernidad como clave
para explicar el Holocausto, entendiendo que es precisamente la
racionalidad de la modernidad, lo que hizo posible al Holocausto.
Para Bauman, el Holocausto es producto de la capacidad
técnica y burocrática destructiva del Occidente
moderno. Y más aún, que siguen presentes,
expresándose en otros actos destructivos.
Cuando se supone que la sociedad se educa, existen
mejoras sociales y económicas, progresiva convivencia
armónica y racional entre las personas, resulta que nos
topamos con el Holocausto. Y es por ello, por lo que Bauman
atribuye las razones a la modernidad, porque fue gestado en esta
sociedad y cultura y no en otra. Absolutamente planificado,
organizado, impersonalizado, burocratizado y tecnologizado. Es
decir, a través del uso de todas las nuevas
tecnologías que nos presenta la Modernidad para, se
supone, conseguir la mejora del bienestar de la
Sociedad.
Como conclusión, no significa que la Modernidad,
la personalidad autoritaria del Jefe del Estado, o la obediencia
a la autoridad, o un contexto socio-histórico determinado,
sean los que produzcan holocaustos. Estos elementos no son
suficientes en sí mismos pero sí necesarios, y su
confluencia es lo que puede potencialmente dar lugar a que se
produzcan nuevos Holocaustos.
Autor:
Rosa Vera García
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